Como maestro en una de las escuelas de la ciudad neoyorquina, donde la mayoría de los estudiantes son de origen dominicano, tengo el placer de compartir diariamente con varios compueblanos. Nos reunimos muy temprano a discutir, como buen dominicano, los temas de actualidad en nuestra añorada Quisqueya.
Temas tales como: el impacto cultural de la Bachata, la marcha del PLD, el expediente de Orlando Martínez, las tropas de EU en nuestro país, la corrupción sin consecuencias, los Senadores con metralletas, y los innumerables precandidatos.
Además le hemos dedicado nuestra atención al problema de la energía, al valor del dólar, al problema de la educación, a la deuda externa, y a la importancia del dominicano ausente en la economía dominicana.
Hemos discutido la inutilidad del Ejercito Nacional, el abuso de las huelgas, la falta de patriotismo de nuestros gobernantes, el auge de los peloteros dominicanos en grandes ligas, y el voto en el exterior.
En cada una de estas discusiones el número de opiniones dependía del número de maestros presente. Muy raramente, la mayoría, compartíamos la misma opinión.
No fue así en el último tema que discutimos. La invasión, por los Estados Unidos a Irak.
Me sorprendió ver como personas que han vivido en carne propia los estragos de una invasión apoyaban, casi fanáticamente, la decisión de Bush de invadir al pueblo iraquí.
Les recordé las invasiones del 1905, del 1916, y la del 1965. Les aclaré que República Dominicana no apoyaba una solución armada. Les indique que dicha invasión no contaba con el apoyo de las Naciones Unidas. Les indiqué que la Casa Blanca ayudó a Saddam Hussein a desarrollar armas de destrucción masiva durante la década del 80. No me brindaban su atención. Por el contrario repetían, como grabadoras, loas últimas noticias o el último reportaje de los programas sensacionalistas de la televisión norteamericana.
Se limitaban a repetir, literalmente, los argumentos del Señor Presidente Bush quien, sin mostrar pruebas, acusa a Hussein de tener relaciones con grupos terroristas.
Les expresé mi desacuerdo con la política imperialista del presidente Bush y los Estados Unidos a los que me respondieron: “¿si no te gusta, por que no te vas?”.
Estupefacto, atónito, y avergonzado terminé la conversación. Evitando ser catalogado de terrorista.
Mis compueblanos me habían traicionado. Ahora jugaban el juego de la Democracia al estilo de los Estados Unidos.
Donde cada ciudadano tiene la “libertad” de pensar como ellos.
Sinceramente,
Felipe Lora
El Loro Dominicano
21 de Marzo, 2003